Trivialis: erotismo, pornografía y obscenidad en la mirada fotográfica

Por Fabián Giménez • Doctor en filosofía
Investigador del Cenidiap
(Fragmento)
http://discursovisual.cenart.gob.mx/anteriores/dvwebne05/agora/agofabian.htm

En La escritura y el deseo, de Alejandro Zenker, nos enfrentamos no a la visibilidad del deseo sino al deseo de visibilidad, quizás ahí radique parte de la fascinación ejercida por estas imágenes. Lo que está en juego es la visibilidad del deseo y de la escritura, convertidos en un conjunto de signos dados a la mirada; en este sentido, las fotografías de la serie funcionan a partir de lo que podríamos llamar una retórica pornogramática.

El cuerpo opera como signo al interior de una combinatoria sintagmática, la unidad mínima de estas discursividades eróticas es el pornograma, la fusión del cuerpo y la escritura en el espacio de la imagen. Ahora bien, esta dimensión significante de la imagen fotográfica nos conduce a una metamorfosis de la mirada, una suerte de perversión del deseo escópico (ya, de por sí, perverso), mutación semiológica donde la mirada pornográfica se transforma en lectura pornogramática.

Uno escribe con su cuerpo –solía decir Roland Barthes– y Alejandro Zenker llevará esta afirmación al terreno de la imagen, el cuerpo del escritor hecho visible gracias al mágico click de la cámara fotográfica. La escritura se materializa, la corporalidad del escritor entra en escena, su deseo (quizás el deseo de escribir) se espejea en el cuerpo desnudo de la modelo que lo acompaña. Leda es su contrapunto, la desnudez silenciosa que acompaña esa otra desnudez, la de las palabras. Imágenes que desterritorializan el espacio de la literatura, pasaje del corpus literario a la corporalidad del escritor, el fin parecería didáctico: aprecien, estimados lectores, el cuerpo del que escribe, sepan que la materialidad significante del texto proviene de esta otra materialidad, corporalidad que produce escritura y que, ahora, es reescrita con luz, foto-grafiada.

Reversión escópica en el entrecruzamiento del cuerpo, la escritura y el deseo, intercambio simbólico donde el escritor –pornógrafo y vigía– se convierte en prostituta –en objeto de la mirada–, Alejando Zenker lo coloca adelante, a la vista, frente al objetivo fotográfico; esta sería, a mi parecer, la dimensión prostitulógica de la serie La escritura y el deseo, un juego de visibilidad que traza sobre la superficie fotográfica el acto de escribir, vinculándolo con lo que Roland Barthes llamaba “una práctica corporal de goce”.(10) El placer se dice, no así el goce. Estas fotografías abordan, creo yo, lo indecible de la escritura como práctica corporal de goce y esto, a través de otra escritura, el lenguaje fotográfico de Alejandro Zenker, que intenta reflejar, con imágenes, lo indecible del goce de escribir, esto es, el propio cuerpo del que escribe. De la in-scripción/escritura a la de-scripicion/imagen, la corporalidad se convierte en signo al interior del espacio fotográfico. La fotografía conecta, en una especie de menage a trois, tres cuerpos, el del escritor, el de la modelo y el del fotógrafo, un threesome del que se desprende un tercer sentido, un gesto compartido en el cruce de las tres vías (trivialis), donde la interlocución erótica se transforma en una imagen que penetra el espacio indecible del deseo de escribir, o bien, de escribir el deseo.

Este breve recorrido por algunas estrategias de problematización pornogramática intenta trazar ciertas coordenadas para el análisis de un territorio que, por su complejidad, no termina de adquirir la visibilidad que se merece; las formas extremas de la mirada pueden, aunque suene paradójico, pasar inadvertidas, tornarse invisibles, perderse como lágrimas en la lluvia. En este sentido, me parece interesante jugar con la idea del deseo como la dimensión de lo irrepresentable en la imagen fotográfica, desempolvar la vieja categoría de lo sublime y ponerla a funcionar bajo el registro del placer y del goce, ya que, como afirmó el fotógrafo francés Hervé Guibert, “la imagen es la esencia del deseo y si desexualizas la imagen, la reduces a la teoría”,(11) desear a estas imágenes más que teorizar sobre ellas, quizás, en un afortunado giro de tuercas, ellas terminen devolviéndonos el favor.

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